El Castillo de emoliente
En este lugar encontrarás el emoliente más rico de Lima
Esos memes que dicen “peruano que se respeta, va en combi de pie” o “peruano que se respeta, come su papita con huevo de S/. 2.50”, yo podría decir “peruano que se respeta toma emoliente”.
Si hay algo que aún los chilenos aun no se adjudican como suyo -si es que ya no lo han hecho y ni todavía nos enteramos-, es el emoliente, esa bebida de cebada con un montón de menjunjes y más hierbitas que hacen, al menos para este frío, la solución perfecta para combatirlo.
Ustedes deberían conocer a Francisco, “Castillo” para los amigos que como yo, después de casi quince años, pude saber su nombre. Y es que claro, ha sido una falta de educación de parte mía el no haberle preguntado el nombre a esa persona que me viene dando hasta el momento mi grandioso vasito de emoliente caliente y mi pan con palta o con papita arrebozada, según mi antojo.
“¡Angelita, buenas noches! Hace tiempo que no venías por acá. Como ya vives en Surco, te has olvidado de nosotros” esas fueron las palabras que me decía mientras automáticamente, sin pedírselo iba echando el boldo, la linaza y el limón recién exprimido, como me gusta, en el vasito descartable; para luego, como clásico de todo emolientero, verter el emoliente humeante y enfriarlo dos veces.
Castillo siempre está presto a escuchar y conversar. Me pregunta hoy si he tomado desayuno o si extrañé el queso de su tierra. Corta sus panes, se lava las manos y poco a poco va llenando los 150 panes con palta, huevo, torreja, lomito, tortilla, camote, tamal y pollo deshilachado.
Su esposa, con tres chompas y gorro encima, está con él. Le ayuda a servir, a cobrar y a reír. Ambos me miran con nostalgia y me dicen “¿te acuerdas cuando me pedías fiado el emoliente antes de irte al colegio?” no me queda otra que sonreír y mover la cabeza en señal de aceptación -para los que preguntarán; no, no le debo-.
¡Cómo no me voy a acordar Castillo! Ja, ja, ja, ¡es imposible olvidar tu emoliente o tu vasito de maca! Todos nos empezamos a reir y los demás clientes que están al lado de su carretilla, nos miran con extrañeza sin saber si reírse o tomarse otro vaso para seguir la conversación.
De repente, cambia el color del semáforo y un mar de gente sale de la estación España del Metropolitano y se acercan dos, cuatro, hasta cinco personas. A Castillo le faltan manos para atenderlos a todos, uno por uno va memorizando el pedido y con una velocidad y destreza les va sirviendo. “Recoge los vasos vacíos, sino no hay otro vaso de emoliente” me dice, y con todo el gusto del mundo, asiento la cabeza y me encargo de dejarle libre el área de entrega de vasitos.
Hubo un momento donde se acercó un niño que vendía caramelos a comprar un vaso de emoliente. Castillo lo mira y le dice: ¡No, a ti no daré emoliente, sino un vaso grande de maca y la única forma en que me lo pagarás será enseñándome tus dientes, ¿está bien?”. El niño, lo mira, se ríe y sus ojitos brillan al ver su vaso de maca gratis. Luego me mira y me dice “una sonrisa paga a veces mucho más que un vaso de emoliente, ¿ves?”.
Me dice que es feliz vendiendo emoliente, aunque no gane mucho, suba el precio de la quinua, tenga frío o se sienta muy cansado, le reconforta saber que clientes, como yo, pueden ir hasta la esquina de la Av. Alfonso Ugarte con la Av. España a tomar un vaso con él y escuchar sus historias.
Muchos, por la velocidad del día a día, las preocupaciones o quizá el desinterés por los demás, no nos damos cuenta que esa persona que te dio tu vuelto en el pasaje, en el menú, te detuvo la puerta del ascensor, te dejó pasar mientras ibas manejando, te regaló el publimetro, tienen tantas historias por contar o te dan un respiro y algo caliente para combatir el frío, como Castillo con su emoliente, su pan con palta y el punto perfecto de sal.
Si quieres saludarlo y probar el emoliente más rico de todo Lima y créeme que lo que digo es verdad, porque me he paseado por todos lados; puedes acercarte a la esquina que dije: España con Alfonso Ugarte, justo al costado de la Asociación Guadalupana, en Breña, de lunes a domingo desde las 5:00pm hasta que se le acabe todo.