Crónica de un mañanero anunciado
Te quieres hacer la fatalista, pero no te sale.
Ese momento en el que te despiertas un día y te pones a pensar; te das cuenta que tienes más de 30 años, estás soltera, sin flaco, sin carro, sin hijos, sin perro, con una planta que por cosas del Orinoco aún no se muere. Que tienes una refri llena de cerveza que no puedes tomar porque estás a dieta, pues claro, a los 30 tienes el metabolismo de una tortuga y una papa frita equivale a dos millones de toneladas de papas importadas; que por más que corras tres vueltas al Pentagonito sin parar, hayas dejado de fumar y comes más sano que el Dr. Perez Albela, no bajas de peso. Que te miras al espejo haciendo un inventario capilar con el estrés de que no te aparezca una cana y presionando la arruga que se te forma en la frente como si haciendo eso fuera a desaparecer.
Entras al Tinder después de casi un año a ver qué tanto y la aplicación te dice: “no tienes a nadie cerca de ti”, lees esa frase una, dos, tres veces, mientras que poco a poco te sientes más miserable que cuando activaste tu cuenta. Te ries, la vuelves a cerrar y hasta la desinstalas. Entras a tu app 2048 y te pones a jugar mientras matas batería y tiempo en el que deberías estar yendo a la ducha porque tienes que ir a trabajar. Luego que perdiste tres veces seguidas, te vas al baño, miras tu cuerpo desnudo en el espejo y metes la panza como si alguien viera la esbeltez maquillada por una posición de perfil, luego, casi azul, vuelves a respirar y te das cuenta de tu realidad y te pones a pensar en los cuatro panes diarios que te comías a las 25 más tu botella de medio litro de Coca-Cola.
Entras a la ducha, pruebas que el agua no esté ni muy caliente ni muy fría, empiezas a contar los huequitos de la ducha por donde sale el agua y juegas con tu boca llenándola de agua hasta que sientes que te ahogas y toses como tísico con una desesperación por no morir ahogada en tu ducha, porque eres consciente que no habrá nadie que se dé cuenta que te has muerto hasta que empieces a apestar. Cierras la ducha, te secas un poco y vuelves al agua. Jabón Dove en los brazos, tetas, panza, poto, piernas y pies. Casi sin moverte dejas que el agua haga lo suyo y quite toda la espuma de jabón de tu cuerpo treintañero, ves tu cabello chorrear de agua por tu pecho, le echas el acondicionador y cual comercial de Pantene empiezas a lavarlo. Haces tus peinados con la espuma del shampoo y hasta te pones a cantar. Ya cuando ves tus dedos arrugarse, te das cuenta que es momento de salir, que te has tirado más de cuarenta minutos en hacer huevadas en la ducha y pues definitivamente confirmas que llegarás tarde a la oficina.
Sales de la ducha, te secas y te das cuenta que te estás pelando la espalda de esos dos fines de semana seguidos en los que te entregaste a la estúpida y sensual radiación solar, causante del color tostadito de tu piel. Te revisas qué otra parte te estás pelando, ves la marca de la ropa de baño y te gusta cómo se ve, al menos en lo que va de la mañana, algo te ha gustado.
Revisas la ropa que te vas a poner y hueles aquella que solo te pusiste una vez y de la que nadie vio que te hayas puesto en la semana. Te maquillas y haces de la base tu mejor amiga para borrar las manchas, granos y aquellas imperfecciones perfectas de la cara que te dio tu mamá. Te miras y dices “podría ser peor”.
Abres esa refri llena de cerveza y sacas tu misio yogurt natural de 120 gr, le echas una cucharada de hojuelas ultra mega light y te la vas comiendo mientras recuerdas el desayuno de pan con tamal y café con leche y harta azúcar que te servía tu mamá cuando vivías con ella. Miras tu yogurt con odio, pero te lo comes porque no tienes otra cosa más que comer hasta las 11 de la mañana que te toca una manzana, la que tendrás que cortar en varios pedazos para que parezca bastante y tengas algo que masticar.
Vas por tus llaves, tu teléfono, tu cargador, plata, DNI y una que otra cosa que por alguna razón metes en la cartera, aunque nunca la uses en el día. Te acuerdas que no le diste los 80 soles a tu vecina para que pague el agua y sales de puntitas para que no te escuche salir (Sorry Vane, ahora te dejo la plata). Sales de tu casa y te olvidaste del fotocheck con el que abres la puerta de la oficina, piensas en si vale la pena regresar considerando que es más tarde que la hora Cabana: “ya que chucha, que me abran la puerta” y sigues.
Caminas y recuerdas que hoy debes tomar la última pastilla anticonceptiva del mes y haces memoria de las veces que tuviste sexo en ese tiempo…como para que no te sientas tan mal de haber llenado tu cuerpo de más hormonas y que todo ha sido bien retribuido con orgasmos y vainas interesantes por ahí. Bueno, reprimes cualquier crítica al respecto y te quedas con lo de que hoy es la última pastilla del día, suspiras y sigues caminando.
Ha salido un sol hermoso, del cual solo verás una hora cuando salgas a almorzar. Vuelves a retomar la idea de tu actividad sexual del mes, te vuelves a instalar Tinder y de nuevo te dice la misma frase de mierda, ya te ríes no más y piensas “podría ser peor”, le escribes a tu amiga y le cuentas. La maldita se caga de risa y hasta te manda un audio de su carcajada burlesca “jajajajjaja putamadrehuevonanomejodas jajajajjajaja”, no te queda otra que seguir riendo mientras vas de camino a la oficina, tarde, muy tarde.
Sigues pensando en si otras chicas de treinta y tantos estará en una situación similar, te consuelas pensando que siempre hay alguien peor que uno, o que podría ser peor. Recibes una llamada de un cliente y al final te dice: “que dios te bendiga”, te acuerdas que viene el Papa, ese Papa que se llama como tu ex y como las últimas dos personas con las que has salido que irónicamente, tienen el mismo nombre. Te acuerdas de tu ex, piensas si ya se le habrá caído el pene o le habrá dado alguna enfermedad venérea, te ríes, piensas que de repente tiene las dos cosas y que por la venérea se le cayó el pene y vive pegado a una sonda para orinar, te ríes de nuevo, pero esta vez con maldad, pero te acuerdas que el Papa viene en dos días así que miras al cielo y dices en voz alta, “sorry diocito por pensar así”.
Sigues de camino al trabajo y tratas de recordar si desayunaste. En realidad, te acuerdas que no desayunas de verdad desde Navidad y que lo único que has venido comiendo es una farsa, pero sí, desayunaste tu yogurt con hojuelas, pero te cagas de hambre. Miras la hora y te das cuenta que faltan dos horas para la manzana. Suspiras. Miras tu teléfono y revisas en Instagram, los histories y cosas por ahí como el cuerpazo de Jennifer Lopez: “cómo te odio yeilou, cómo te odio”; memes, videos graciosos, #instafood de medio mundo, un boomerang de dos personas bailando el movimiento naranja.
Pones el Spotify y el aleatorio te clava “I’m not the only one” de Sam Smith, en los dos oídos, te ríes, claro y piensas: “Sí Sam, ya lo sé, es más desde antes que escribieras tu canción de mierda, ya lo sabía”. En lugar de cambiar de canción, le vas a la tortura y hasta te pones a cantar, le subes el volumen y te das cuenta que solo te faltaba aplaudir levantando lo brazos y gritando en el coro “¡Y cómo dice Lima!”, te ríes, te ríes por darte cuenta que todo ya te causa risa. Te escribe una amiga diciendo que se ha mudado por tu barrio, que ahora serán vecinas y podrán chelear cuando quieras, eso te ha deprimido más que la canción de Sam, porque sabes que no puedes tomar alcohol por la dieta y en ese momento te acuerdas que sigues teniendo hambre.
Sigue Sam cantándote al oído y apelas a la inteligencia del Spotify como para cambiarte de canción como para no tirarte del taxi aún en marcha. Sigues con tus pensamientos fatalistas, pero lo tomas de buen humor y es que ver el sol por la ventana te gusta mucho, el calor y aunque sudes como un marrano, eres feliz.
Eres feliz de tus treinta y tantos y de que en dos semanas cumplirás años y aunque no tengas la más mínima idea de qué harás, sonríes. Eres feliz, porque tienes una planta que no se muere, internet y Netflix 24/7, un grupo de Whatsapp con tus mejores amigos que les gusta faltarse al respeto y te hacen el día, que tienes a tu mamá mandando sus audios de la mañana haciéndote recordar la dieta: “negrita no vayas a comer grasas, te quiero mucho, tu mamá”. Que eres soltera, sin hijos y feliz. Que hoy se te acaban las anticonceptivas del mes. Que ya falta menos tiempo para las 11 de la mañana y que pronto te comerás tu manzana.
“Qué larga es la canción de Sam” piensas, ves que ya estás por llegar a la oficina y que tendrás que pedir que te abran la puerta, porque te olvidaste el fotocheck. Agradeces al Cabify y le pones todas las estrellas, porque te ha escuchado cantar en voz alta sin chistar y sin poner mala cara, hasta te deseó un buen día.
Bajas del taxi, llegas al ascensor, marcas el ocho para llegar a la oficina y por fin acaba la canción de Sam Smith. Supiras y dices “por fin”.
La siguiente canción es “Eye of the needle” de Sia… “jajajajaj mierda”.