Bitácora de una desempleada feliz
“Hay plantas que crecen siguiendo la luz del sol, porque en la sombra se mueren, así que ve a buscar el sol mi negrita"
Hace unas semanas atrás decidí, después de seis años, renunciar al que en un inicio fue el trabajo de mis sueños y que irónicamente se convirtió en una pesadilla.
Y es que a veces, la terrible zona de confort de la que todo el mundo te habla y una entiende no te hacen ver más allá de tu nariz, porque te hace vivir en la mediocridad, inseguridad y desconfianza, te hace creer que todo lo que hay afuera es una cadena de incertidumbre, angustia y desesperación y que no vas a poder encontrar nuevamente la “estabilidad” que tenías y lo peor de todo es que te cuesta asumir que estás en lo más profundo de esa zona.
Las razones que me llevaron a tomar esa decisión las voy a obviar, porque no vienen al caso, sin embargo, hay algo que debo mencionar que creo que aplica para todo: donde no te sientas cómodo, no puedas dejar volar tu maraña de ideas geniales y sobre todo, sientas que se te apaga la llama del aprendizaje constante, huye.
No fue una decisión difícil ante situaciones laborales que definitivamente, yo ya no podía sostener: una relación indiferente con compañeros de trabajo (ojo, no mala, solo que más allá de los memes, chistes que puedan salir y buena onda, el socializar en un ambiente laboral tan denso era complicado para mí, sobre todo cuando todos estábamos en la misma zona de confort hacinados), curva de aprendizaje descendente y el aire acondicionado de la oficina que me calaba hasta el pulmón al punto de no poder curar aún mi faringitis.
A lo que iba, luego de esa decisión, mandé mi mail con el mismo espíritu del fax de Alberto Fujimori, solo que en inglés. “Resignation” decía el asunto -claro, no eran las mismas razones que las del chino por si acaso- y ya en cuerpo del correo, los detalles sutiles que me llevaron a hacer eso. No sé si les haya pasado a alguno, pero una vez que le di “enviar” sentí que se me venía el mundo encima y los miles de pensamientos (incertidumbre) que te calaban el cerebro.
Lloré, lloré mucho, lloré de rabia, lloré porque no quería salir de ese trabajo de esa manera, pero como dije más arriba, si no suma a tu aprendizaje personal, huye. Y así fue como llamas a mamá, le explicas tu decisión y en ese momento descubres de nuevo eso raro y mágico de las madres -al menos de la mía- que saben perfectamente, lo que deben decir en estos casos: “Hay plantas que crecen siguiendo la luz del sol, porque en la sombra se mueren así que ve a buscar el sol mi negrita. Ahora, date un baño, luego vas por una taza de leche con cocoa y a dormir. Nada como tu almohada y un sueño tranquilo, ya mañana es otro día”. Y así fue como me di mi baño, me tomé mi té de durazno (no tenía leche ni cocoa y no quería salir a comprar) y a dormir abrazada a mi chancho de peluche.
Ya el día siguiente fueron cosas muy protocolares como ir a la oficina para dejar tu fotochek, el teléfono corporativo que jamás usaste, recoger los cachivaches como tu Coca-Cola con tu nombre, tu taza de café, tu tomatodo, tu picachu, tu libro de finanzas y tus memes que dejaste pegados en tu pared. También, tuve que hablar con los amigos más cercanos de los que guardo un grato recuerdo, porque aprendí mucho de ellos, desde cómo hablar y vestir frente al gerente general de una constructora importante, hasta lo que debes tomar para la resaca y como Cerati un “gracias totales” sin gritar -algo bajito, sin levantar tanto polvo ni hacer toda una escena- me fui. Al firmar mi carta de renuncia sentí que había perdido seis kilos: una paz, una tranquilidad y se me hizo una sonrisa que no se borró desde que salí de allí hasta en el ascensor que me dejaba en primer piso del edificio.
Comunicar sobre esta decisión a mis mejores amigos no fue fácil, pero a veces en situaciones difíciles descubres que tienes a las mejores personas del mundo a tu alrededor y que no te das cuenta por estar inmerso en cosas como pensar en el horrible trabajo que tienes. Ellos también han sido un pilar importante para no caerme, además de mi familia.
Luego de algunos días, utilicé el tiempo eficientemente, como para llevar a mamá al hospital y hacerle un chequeo médico general. Luego de cuatro días de idas y vueltas, el doctor ha dicho que está un poco mala, pero que con tratamiento, se va a poner mejor. Agradeces la oportunidad de tener este tiempo libre de desempleada, para poder descubrir lo que le aqueja a mamá ahora y evitar que después se agrave la cosa.
Y cómo es que cuando uno ya es adulto y está metido en sus temas personales de "gente grande", no te das cuenta de lo genial que es hablar y simplemente, caminar con tu mamá, que por ratos no te diga nada, pero sientas su mano calientita alrededor de tu brazo, veas que ha pasado mucho tiempo y que ya no tiene los 38 que tú recordabas, que se te ha encogido un poco y que le han salido más arrugas, pero que ese brillo de los ojos no se le borra cada vez que te mira. ¡Qué tiempo tan bien invertido!
Contarle a mamá los planes que tienes, buscar o generar ingresos de una manera sin robar o extorsionar; seguir haciendo reír a los demás con mis ocurrencias, pelearme por Twitter con Alan García, Fujimori, trolls, homofóbicos y ahora, después de once meses, retomar este blog que fue muchas veces una de las cosas más geniales que hacía, fueron mis temas de conversación con ella y qué era lo que me decía: “eso, haz lo que te gusta, no pierdas ese espíritu jamás, ¿me escuchaste?”.
Después de seis años, en los que vives metida en la rutina aburrida y en el día a día, te das cuenta que estás más vieja, más arrugada y con menos paciencia que antes, te das cuenta que perdiste el miedo a muchas cosas y que tampoco vas a estar dispuesta a desperdiciar tu vida en lo que no te hace feliz, que sabes que puedes vivir un día a la vez, que descubres canciones más geniales gracias al Spotify y que Juan Luis Guerra no deja de hacer éxitos musicales y hacerme bailar.
Luego de seis años, has aprendido muchas cosas, entre buenas y malas, te has dado cuenta que ya eres más grande, más adulta, más responsable de ti misma, pero que no has perdido esa candidez y alegría que desde niña te ha caracterizado.
Luego de seis años tienes el tiempo para poder ver la sonrisa de mamá con agradecimiento, ver la sonrisa de papá con ternura, sentir los abrazos y buena vibra de esa gente bonita que tienes al lado -gracias por eso-.
Luego de seis años, tienes la posibilidad de empezar de cero, saber que lo que has hecho no ha sido un fracaso sino una nueva oportunidad para reinventarte, salir de esa burbuja de la rutina, ver todo de una perspectiva diferente, arriesgarte en la vida y que con toda la nueva experiencia que tienes sobre ti mismo y los demás, puedes seguir construyendo mejor a esa persona que eres.
Y aunque ya estoy actualizando el CV y el LinkedIn y formo parte de la PEA inactiva de este país, estoy volviendo a escribir, digamos que por ahora, tengo tiempo para eso y me siento muy feliz por mi.