Desde muy pequeña entendí las diferencias como una manera especial de ver las cosas. Mi mamá me dijo que como yo veía el mundo estaba bien de la misma manera que el señor de la bodega veía el suyo.

Si a mi no me gustaba el helado, pero a mi mamá sí, no había problema con ello. Y si a mi me gustaba echarle mermelada a la leche, pero a mi mamá no, tampoco había problema. A lo que quiero llegar con un ejemplo tan simple es poder expresar ahora lo difícil que es para mí, ahora que soy adulta, entender por qué los demás no pueden aceptar las preferencias y las “diferencias” de los demás.

Las palabras homosexual o heterosexual son muy simples para mí, ya que no expresan realmente un significado real y exacto. Aceptar que los demás son diferentes se puede medir por la capacidad de tolerancia y empatía que tengas con respecto a ideas, sentimientos y acciones de estas.

En el colegio me enseñaron que el prefijo “homo” quiere decir: iguales o idénticos y el prefijo “hetero” quiere decir: otro o diferente. Bajo este concepto, me cuestiono: ¿por qué no todos podemos ser “homo” si eso significa que somos iguales?

La sociedad se ha encargado de crear un sesgo invisible respecto a ello. Pensar que somos diferentes por nuestra preferencia sexual, hace que para todo lo demás, tengamos tácitamente que aplicar ese concepto, en cualquier contexto y no es así.

La igualdad es la capacidad que tiene tu cerebro y tu corazón de pensar sobre sus propias preferencias, sentimientos e ideas como correctas y aceptables, y que las preferencias, sentimiento e ideas de las otras personas también son correctas y están bien.

Todos debemos ser homopensantes, homosentimentales, homoconceptuales, homoideales, todos debemos ser iguales.

Dios nos ama a todos por igual, todos somos “homo”.