Dar el codo es el nuevo abrazo
Ayer me despedí de mi tía como nunca antes me había despedido de ella, chocando nuestros codos. No nos hemos visto desde el 14 de marzo por la cuarentena. Fue muy duro verla después de tiempo y no poder abrazarla. Dos mascarillas, pares de guantes, tristeza y un poco de frustración nos impidió hacerlo, solo nos vimos para entregarme el DNI y los pañales para papá José.
Nos despedimos en una esquina, nos dimos el codo, fue raro, aún no lo asimilo; ella iba para un lado, de regreso con mi abuela y yo me iba por otro, de regreso con mi papá José, mi abuelo. Me fui mirándola a lo lejos, como aceleraba el paso y se ponía lo lentes de sol, difícil no quebrarse. Nunca he pasado ni sentido una situación tan frustrante como esta: querer tanto a alguien y no poder siquiera abrazarla y darle un beso.
Es probable y no lo dudo, que muchas familias están pasando por esta misma situación: verse solo a los ojos y no poder ver la sonrisa de los que quieres, porque una mascarilla no te deja. Una mascarilla que de alguna manera, te protege para que puedas ver las sonrisas de los que quieres, después.
Esta cuarentena nos está enseñando a contar: contar los días que abrazaste a alguien, los días a los que viste a tus seres queridos, contar los días sin salir de casa, contar los días sin comer pan porque no puedes salir a la panadería por 5 panes, contar los días para poder ir al mercado y poder hacer arroz con un poquito de ajo, contar los días desde la última limpieza con lejía y contar los minutos desde la última lavada de manos.
Esta cuarentena me ha enseñado por primera vez la frustración de no poder irte encima de alguien para abrazarlo y llenarlo de besos, simplemente, darle el codo en señal de cariño. El codo, esa parte del cuerpo que nadie te toca, nadie te mira, a nadie le importa. Esa parte del cuerpo que, cuando te sentabas cerca de alguien en un bus, la utilizabas para empujar.
Esta cuarentena me ha enseñado a pensar en toda la ropa que me tengo que sacar al volver de la calle. Ayer, luego de la salida, entré a la casa, me saqué las zapatillas y las medias, el pantalón, el polo y me fui con una toalla derechito a la ducha. Dejé los paquetes que había comprado a un lado en la puerta. No los iba a sacar hasta no estar segura de desinfectarlos.
En la ducha me puse a llorar, porque nunca imaginé tener que bañarme pensando que podía tener un virus en la ropa, en el pelo, en el cuerpo, con el que podía poner en riesgo a mi hermano de 17 o a mi papá José, un adulto mayor en edad vulnerable, con quienes estoy pasando la cuarentena. Bañarse se volvió en ese momento, un baño estresante, un baño que tenía un solo objetivo: eliminar cualquier resto posible de infección; me demoré más que antes, lloraba mientras el jabón iba limpiándome. Estaba con mucha inseguridad, me quedaba con la sensación de que no era suficiente y nuevamente, le iba al agua y al jabón.
De un momento a otro, perdimos el control de nuestras decisiones, perdimos, de alguna manera, el control de nuestra libertad, pero nos quedamos con una tarea: proteger a los nuestros y quedarse en casa el mayor tiempo posible. Parece fácil, pero de un tiempo a esta parte, llevar una carga emocional tan grande todos los días, hace difícil todo, más aún cuando algunos tienen trabajos en los que se les impide quedarse en casa y viven todos los días con el temor de que uno de estos días, se pueden contagiar.
Son momentos muy duros para todos, en todo el mundo, pero creo que este es el momento para poder entender el valor real del amor y la necesidad de protección hacia los demás. Extraño a mi familia, sí, la extraño mucho. Extraño estar todos juntos en la mesa peleándose por el ají, extraño verlos a todos, extraño a mi mamá, a mis otras hermanas, a mi sobrina. Extraño poder abrazarlos y besarlos. Pero por ahora solo me queda esperar y seguir contando los días para darles un abrazo otra vez. Mientras tanto, cuidaré más que antes mis codos, ya que a través de ellos, ahora, puedo volcar un poquito de amor.
Tía, sé que nos despedimos dándonos el codo y vi que tus ojitos de mojaban. No te preocupes, pronto volveremos a abrazarnos hasta rompernos las costillas. Te lo aseguro. Todo va a estar bien. Sonríe, te quiero.
Mafita, 21 días sin abrazar a alguien.